¿Qué siento cuando Dios me abraza?
Por Samuel Santiesteban
Cuando recuerdo el legado teológico de los himnos de mi infancia puedo percibir que el tema de la gracia de Dios estaba presente en muchos de ellos.
En estos días meditaba en uno de ellos y me daba cuenta que hay uno de estos que me describe perfectamente una pregunta que me inquietaba:
¿Qué siento cuando Dios me abraza? Sentir el abrazo de Dios es incomparable al abrazo de uno de nuestros semejantes. Esto es algo espiritual y no de orden natural y terrenal.
¡Dulce comunión la que gozo ya en los brazos de mi salvador!
Efectivamente cuando estoy abrazado por Dios siento una dulce comunión con aquel que ha conquistado mi corazón.
Al Dios que le debo absolutamente toda la gestión de la Salvación de mi alma y quien me ha preservado para Él hasta los días de hoy.
Cuando Dios me abraza ya no siento más condenación ni más preguntas por toda mi transgresión.
En sus brazos no hay reclamo por mis pecados. Mi Salvador no me acusa, no me insulta ni me saca en cara mis fallas y mi error.
En sus brazos, Dios me ama con tal amor que allí en medio de tal abrazo mi alma descansa en paz y reposa de toda la agonía de esta vida terrenal.
¡Qué gran bendición en
Su paz me da!
¡Oh! yo siento en mí
Su tierno amor.
...si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.
(Isaías 1:18).
Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo,
y no me acordaré de tus pecados.
(Isaías 43:25).
Allí soy libre y salvo,
del pecado y del temor,
¡Aleluya! Soy libre y salvo,
¡En los brazos de mi Salvador!
Esta dulce comunión en los brazos de mi Salvador me ha libertado del poder y de la agonía de toda religión.
Soy libre de todo porque estoy guardado por los brazos de mi Salvador. No tengo temor porque estoy abrazado por los brazos eternos de aquel que ha realizado toda la Obra de mi redención.
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. (NVI, Romanos 8:1.2).
Cuán dulce es vivir y cuán dulce es gozar
¡En los brazos de mi Salvador!
Allí quiero ir y con Él morar siendo objeto de su tierno amor.
Porque el abrazo de Dios es tan tierno y sublime, tan cargado de esa gracia irresistible que de este abrazo no quiero escapar, allí me quiero quedar y quiero seguir siendo el objeto de su tierno amor.
No hay que temer ni que desconfiar,
¡En los brazos de mi Salvador!
¡Qué triste! que no están incluidas en este video musical las dos últimas líneas de esta estrofa porque aquí el compositor pone todo el peso de mi perseverancia en la obra redentora de Dios a mi favor: "Por Su gran poder Él me guardará de los lazos del engañador".
¡GLORIA A DIOS!
No seré engañado. Él está en control de toda la obra de la redención
de mi alma.