El orgullo
más pecaminoso
del cristiano
Por Samuel Santiesteban
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras,
para que nadie se gloríe. (Efesios 2: 8 y 9).
El orgullo del hombre y la envidia a Dios
La envidia y el orgullo condujeron a Satanás y a todos sus “ángeles” caídos al destierro eterno en un lugar de tinieblas sin la comunión con el Señor.
Este mismo deseo impuro lo tuvieron Adán y Eva en la escena del pecado original en el huerto del Edén. Y es que podemos observar un patrón de gloria en estas dos rebeliones anteriores y éste sigue siendo el mismo deseo pecaminoso e impuro que tienen los hombres de hoy.
El hombre quiere alguna "gloria", algún tipo de reconocimiento por su "obra"; es como que hay un deseo muy pecaminoso de querer ser Dios.
Millones de cristianos creen tener algo "digno", "valioso", "algún mérito", "alguna gestión propia" de su propia voluntad que les ha hecho "merecedores" del amor de Dios.
Por todas partes de la tierra hay creyentes que sienten tener "algo bueno" dentro de ellos que les ha hecho caminar por las sendas del Evangelio y se sienten orgullosos de haber decidido seguir a Cristo. Estos cristianos no están dispuestos a despojarse de sus "obras", incluso de sus propios testimonios y de su vida moral, para dar toda la Gloria a Dios quien se lo ha otorgado todo.
Algunos consideran su religiosidad o sus propios diezmos entregados como algo "valioso y digno" para alcanzar la Gracia y la bondad del Señor.
No han llegado a comprender a profundidad que sólo en bancarrota espiritual podremos sentir la compasión del Salvador.
¿Qué es la bancarrota espiritual?
Hay un número creciente de cristianos que está a punto de declararse en quiebra espiritual, hay evangelistas, pastores, maestros bíblicos, sacerdotes, religiosas, monjas, líderes importantes de la fe que se han dado cuenta de que no pueden vivir de acuerdo a todas sus expectativas; que en una movida inesperada sus vidas caen de vuelta en el pecado y entonces comienzan a pensar en irse a la bancarrota espiritual.
Hace unos 2000 años, Cristo Jesús nos habló de esta bancarrota cuando dijo: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mateo 5:3).
¿Ha comprendido usted, en la intimidad con el Señor, que le ha fallado aun haciendo sus más nobles esfuerzos?
Dios es el único autor de la redención.
Muchos llamados seguidores de Cristo pueden declarar con sus labios esta frase tan trillada: “somos salvos por gracia”; pero no llegan a sentirlo en lo más profundo del alma. No quieren aceptar una salvación totalmente gratis, sino que quieren cooperar en el plan de redención del Salvador.
Si Dios es la Causa Primera de todas las cosas, si por Él fueron hechas todas las cosas y para Él existen.
Si es el sustentador de todo el universo y de las criaturas celestiales y terrenales que Él hizo y las cuales sostiene con la fuerza de su palabra. Si no existe nada antes, ni después de Él, entonces le pregunto:
¿No le parece a usted que sería una ofensa muy grave restarle un grano de mostaza a la Gloria que Él sólo tiene por la redención de nuestras miserables almas?
El cristiano debería otorgar toda la gloria a Dios quien lo ha escogido, encontrado, conquistado, y convencido de pecado, de justicia y de juicio. (Juan 16:8-11).
Dios es quien nos ha salvado de la perdición eterna, no fue nuestro libre albedrío, no fue tampoco nuestra propia iniciativa porque tristemente no tenemos inclinación hacia Dios si Él no se nos revela primero. La verdad es esta: que no tenemos gloria alguna en toda la gestión divina de la gloriosa y misteriosa redención de nuestras almas.
Los planes de Dios son difíciles de comprender y todo lo referente al plan de redención del pecador forman un complicado misterio. Si por una parte el libre albedrío y la voluntad propia del ser humano existen; por otra parte nunca podrán ser más fuertes y decisivos que la Santa Soberanía de Dios. (Romanos 8:30).
Es hora de que los cristianos acepten que el hombre nace depravado en sus delitos y pecados, que el pecador está en una situación tal que no puede salir de las tinieblas a la luz admirable del Evangelio de Cristo sin la intervención divina del Espíritu Santo de Dios.
(Juan 15:16).
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. (1 de Juan 4:19).
La realidad es que nacemos con el cáncer de pecado congénito en nuestras almas, y que no podremos negar que somos hijos del primer Adán. (Romanos 5:12).
He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. (Salmos 51:5).
"Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento." (Isaías 64:6).