El hijo rebelde
regresa al hogar
Por Samuel Santiesteban
"Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros"
Rembrandt en su cuadro sobre la parábola del hijo pródigo deja muy pocas dudas del estado físico-emocional de este hijo que regresa. Su cabeza afeitada como la de un prisionero a los cuales se las ha puesto un número de identidad. El pintor lo dibuja con una ropa que apenas cubre su cuerpo demacrado.
Se trata de un hijo que regresa al padre sin dinero, sin salud, sin honor, sin reputación pues ya lo ha despilfarrado todo. El artista nos deja ver como hay cicatrices en las plantas de sus pies mostrando la historia de un viaje humillante y doloroso. Al igual, sus sandalias hablan de su miseria y sufrimiento.
Pero hay dos grandes aspectos en este miserable hijo pródigo y su regreso las cuales quiero resaltar y son las que más grande bendición me han dado en estos últimos meses de mi vida.
El hijo pródigo (rebelde) siempre creyó que era hijo del padre. En medio de toda su miseria y a pesar de haber solicitado la herencia que le correspondía con su padre en vida. Aún habiendo derrochado y malgastado irracionalmente toda aquella fortuna que el padre le había entregado con amor y desprendimiento. No importaba esto, había un tesoro espiritual muy grande en su corazón, él tenía la certeza de un padre.
Él no había olvidado en su mente y corazón que todavía era hijo del padre, que tenía hacienda y empleados. Podía considerar la posibilidad de regresar a la casa de su padre.
Este joven se aferró con todas las fuerzas de su alma a esta realidad congénita, “soy hijo de mi padre”. El hijo volvió a casa realmente cuando recordó y valoró el lazo familiar que le unía. Tuvo que perderlo todo para poder dialogar en lo más profundo de su ser interior y entonces decir:
“iré a mi padre y le diré…"
Este es el misterio de la gracia divina, usted y yo tampoco hemos olvidado, que somos hijos del Padre Celestial.
La soledad más grande que puede sentir el cristiano es comenzar a pensar que no es hijo del Padre, esto no se aprende en seminarios evangélicos, sino que es la experiencia misma de mi vida personal.
El triunfo más diabólico que puede contender Satanás contra nosotros es hacernos pensar que ya no somos hijos del Padre Celestial. Cuando una vez que hemos sido sellados con la Promesa Divina del Espíritu Santo no habrá nada ni nadie en este mundo que nos pueda separar del Amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Si estamos lejos de casa, el Padre Celestial nos espera siempre, cada mañana levanta su vista a la puerta del camino y se pregunta: ¿Cuándo volverá mi hijo, cuando percibirá que soy su padre y él es mi hijo?
¡Cuán importante es la doctrina de la salvación en la vida del creyente convertido a Jesucristo! ¡Afiancemos nuestra identidad como hijos de Dios cada día!. Nuestras iglesias evangélicas deberían estar más enfocadas en esto: Reafirmar a los creyentes que nuestra identidad como hijos de Dios está basada en la obra de Cristo, en la fe que hemos depositado en su muerte y resurrección, y no precisamente en nuestros extravíos lejos de casa.
Aún cuando nos encontremos lejos de casa, si hemos creído en Él y hemos una vez aceptado de todo corazón a Jesús como nuestro salvador personal entonces podemos estar seguros de que somos sus hijos y el nuestro Padre. ¡Recordemos nuestra identidad y volvámonos a Dios:
“Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”. (Hebreos 4:16)
Hazme como uno de tus jornaleros (como uno de tus trabajadores). El hijo había reconocido su vínculo familiar, padre-hijo. Reconoció que era hijo por naturaleza y que había sido engendrado por su padre.
Aquel hijo pródigo tenía ideas confusas y vagas. “Quizás mi padre no me aceptará como hijo, como tal, sino que ha de colocarme como uno de sus trabajadores en la finca, quizás me dejará en casa y seré uno más del montón de empleados, y seré otro asalariado más”.
¡No! ¡Qué maravilloso es el Amor de mi Padre! Mi mente apenas comienza a descubrir un concepto de Dios muy diferente. El Señor no ha considerado hacerme otro asalariado más en su casa. ¡No! El Padre Celestial ama a todos sus hijos por igual y arma una gran fiesta, mata el becerro gordo y pone en el dedo de su hijo más rebelde el anillo precioso que le identifica como hijo del Padre.
¡Cuántos de nosotros regresamos a la casa del
Padre Celestial; pero creemos que seremos trabajadores y no hijos!
Regresamos pensando que seremos uno más del montón de los empleados del Reino de los Cielos, o de la viña del Señor. Dios nunca ha querido que nosotros pensemos tales barbaries, estas son las mentiras diabólicas que Satanás mete en nuestras mentes para desviarnos de ese amor incomparable e incomprensible de nuestro Padre Celestial.
¡Hagamos un alto! Meditemos en estas dos grandes misterios que se debaten en nuestras mentes, ¿somos hijos de Dios o no somos hijos? ¿Volveremos a casa para ser asalariados o para sentir a plenitud que somos hijos restaurados por la Gracia del Padre Celestial?
Declaremos en el nombre de la sangre de Cristo, que somos hijos de Dios y que Él como hijos nos trata.
"Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro".
(Romanos 8:38 y 39).
Porque tú formaste
mis entrañas;
Tú me hiciste en
el vientre
de mi madre.
Salmo 139:13