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El hijo mayor

de la casa

de mi padre

Por Samuel Santiesteban.

Una perspectiva algo diferente de la parábola del hijo pródigo. 

Ha llegado a mis manos uno de los libros que más haya tocado mi corazón en estos últimos años de mi vida, Regreso del Hijo Pródigo del autor Henri J. M. Nouwen. 

Es triste tener que escribir esto; pero las iglesias cristianas están llenas de hijos mayores, cristianos que creen haber cumplido el deber del cristiano por largos años, y se creen merecedores de la bondad de Dios. Ellos se consideran más importantes, más amados, y más dignos.

Son muchas veces los diáconos, y los responsables de importantes actividades, coordinadores de los eventos en la iglesia; pero que tristemente aún no tienen conciencia, con toda certeza, de su genuina identidad y de lo que es ser hijos de Dios. Lamentablemente no sienten una auténtica compasión por un hermano que se arrepiente y retorna al redil.

 

Rembrandt nos dibuja a un hijo mayor que queda distanciado del padre y observa con cautela la escena del arrepentimiento de su hermano.

 

El autor afirma con sinceridad y sencillez lo siguiente: “Mi ira y envidia eran prueba de mi esclavitud. Esto no solo me ocurre a mí. Hay muchos hijos mayores que están perdidos a pesar de seguir en casa”.

Como hijo de pastores evangélicos, no siempre he estado en una rebeldía con Dios. He pasado momentos muy bellos en mi vida espiritual y he tenido el gusto de haberme sentido también como el hijo mayor de la casa del Padre.

Sin embargo; fue en estos tiempos que pude apreciar como se le otorgaban privilegios y oportunidades a otros que apenas llegaban a la iglesia y en pocos meses eran movidos a puestos de importancia. 

La rabia y el rencor que salía de mí eran terribles, la envidia y el celo por las  posiciones religiosas me consumían. ¿Es esto ser un hijo de Dios?. Muchos de nosotros a veces caemos en el error de estar pendientes de cada uno de nuestros propios hermanos en la fe, y con recelos de los puestos que ocupan dentro de la iglesia o de los ministerios cristianos. 

No podremos disfrutar

de una plena comunión

con el Señor

si nos enfocamos

en observar y juzgar

el testimonio de otro hermano.

Tal como soy - Roberto Orellana
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La lejanía del hijo mayor de la casa del padre es muchas veces más difícil de identificar. Al fin y al cabo todo lo hacía bien, la gente le respetaba, le admiraba, le alababa y lo consideraban un hijo modelo.

Ahora bien, una vez que ve a su padre regocijarse y hacer fiesta por el regreso de su hermano menor, ahí mismo comienza a brotar en él, un oscuro sentimiento de amargura en su corazón, falta de perdón y amor. 

(1ra de Corintios 1:27).

El autor del libro me sigue conmoviendo por sus letras y escribe:

 

“Mirando mi interior y mirando a las personas que me rodean me pregunto:  ¿que hará más daño la lujuria o el resentimiento? Hay mucho resentimiento entre los “justos” y los “correctos”. Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los “santos”. Y hay mucha ira entre la gente que está preocupada por evitar el pecado."

 

Debemos aprender a reconocer a ese hijo mayor que se anida en el corazón de cada uno de nosotros y que nos quita la paz. En contraste, debemos ser abiertos y reconocer que Dios hace maravillas entre hijos rebeldes y pecadores.

El Padre realmente nos ama a todos por igual y no hace acepción de personas.

(Romanos 2:11).

 

Dios sale al encuentro por nosotros y quiere que nos sentemos a la mesa para que disfrutemos de un gran banquete y de una fiesta de perdón y amor.

Los hijos mayores deben participar de esta gran celebracion sin remordimientos, sin malestar emocional, sin envidias y celos, sin iras y contiendas. Este debe ser nuestro sincero sentir cuando un hermano caído y frustrado de sus luchas y pecados regresa a la iglesia y quiere un sincero re-encuentro con El Salvador.

El escritor Henri Nouwen escribió: “Esta experiencia de ser incapaz de compartir la alegría de su hermano arrepentido es la experiencia de un corazón lleno de resentimientos" 

 

El hijo mayor y el hijo menor necesitan algo de forma urgente, es un salto de fe, ambos necesitan entregarse en los brazos amantes de un Padre Celestial que les ama, sin condición alguna, sean hijos buenos o malos, sean fieles o infieles, sean obedientes o desobedientes. La naturaleza del Padre Celestial no podrá ser cambiada por las actitudes de nosotros, los pecadores. 

El Padre Celestial mantiene sus brazos extendidos, Su gracia está vigente para usted y para mí. ¡Hoy es el día de salvación! Si estas lejos de Casa, regresa al Hogar. Tu Padre Celestial te está esperando, quiere darte un abrazo y hacer una fiesta contigo.

 

¡Regocijémonos en la obra poderosa de Dios,

dondequiera y en quién Él quiera manifestarse!

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