Dos opciones que habremos de tomar frente a la
cruz de Cristo.
Hay personas que se encuentran en una relación de agravio y rechazo a Dios.
Quieren un Dios que les resuelva todos sus problemas y que los baje de la cruz del sufrimiento de inmediato, ellos muy a menudo cuestionan preguntas tales como estas:
¿Por qué hay tantas catástrofes? ¿por qué hay accidentes? ¿dónde está Dios? ¿por qué el terrorismo? ¿por qué las guerras y el dolor? ¿por qué Dios así lo permite? ¿por qué hay tantos que mueren de cáncer o de otras enfermedades? ¿por qué hay ricos y pobres? ¿por qué el hambre y la pobreza? ¿por qué no resuelves esto o aquello? Dios te pregunto: ¿por qué? y ¿por qué?
Dios no quiere que le usemos siempre para resolver todos nuestros problemas. Él no siempre ha de querer librarnos de las aflicciones y del dolor que nos presenta un mundo caído y en caos. Dios quiere resolver la pecaminosidad de nuestro corazón y no necesariamente todas nuestras comodidades terrenales.
No habríamos de tener el sincero deseo de estar en el cielo con Dios si en realidad tuviéramos un paraíso en esta tierra, a veces nos hace falta estar un poco sumergidos en las lágrimas, en el dolor y en los sufrimientos para sentir la necesidad de un Redentor.
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
(Juan 3:36).
La actitud de uno de los malvados condenado a muerte al lado de Cristo es muy similar a la posición que toman muchos de nuestra era moderna frente a la muerte de Jesucristo.
Quieren a un Dios que le resuelva todos sus problemas, que les haga un milagro a su antojo y que de una manera urgente los baje de la cruz del sufrimiento y de la muerte. A estos pecadores no les urge un Salvador para sus almas, sino que desesperadamente anhelan resolver sus problemas en este mundo terrenal y pasajero.
Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
(Lucas 24:39).
Esta no fue la actitud de otro impío pecador condenado a muerte al lado de la cruz de Cristo, este otro pudo ver descender la Gracia de Dios en unos momentos antes de su muerte.
Y en la misma hora que se enfrentaba el destino eterno de su alma, (1) tomó una actitud de quebranto, (2) reconoció su pecado y (3) la deidad del Hijo de Dios.
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?. Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. (Lucas 23:40-43).
Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23:40-43)
Usted y yo, hoy también, debemos de tomar una actitud frente a la cruz de Cristo. Y esta respuesta determinará
el destino eterno
de nuestras almas.
¡Que el Espíritu Santo nos revele la actitud correcta y que la Gracia de Dios nos salve! Amén.